V.21, nº 44, 2023 (janeiro-abril) ISSN: 1808-799 X
Jaime Ortega Reyna2
Este ensayo busca captar las principales tendencias y contra-tendencias alrededor de la lucha política y social que se desarrolla de manera destacada en latino-américa. Se trata de un ejercicio interpretativo que da cuenta de las grandes líneas de desarrollo, ubicando momentos específicos y cruciales de la forma de comprensión. Todo ello desde un mirador marxista que busca hacer dialogar concepciones tanto de la crítica de la economía política como de la crítica de la coyuntura.
Este ensaio procura captar as principais tendências e contratendências em torno da luta política e social que se está a desenvolver de forma proeminente na América Latina.. É um exercício interpretativo que dá conta das principais linhas de desenvolvimento, localizando momentos específicos e cruciais na forma de entendimento. Tudo isso de um ponto de vista marxista que procura estabelecer um diálogo entre as concepções tanto da crítica da economia política quanto da crítica da conjuntura.
This essay seeks to capture the main trends and counter-trends around the political and social struggle that is developing prominently in Latin America.. It is an interpretative exercise that gives an account of the main lines of development, locating specific and crucial moments of the form of understanding. All this, from a Marxist viewpoint that seeks to dialogue conceptions of both the critique of political economy and the critique of the conjuncture.
1 Ensaio recebido em 06/02/2023. Primeira avaliação em 18/03/2023. Segunda avaliação em 19/03/2023. Aprovado em 28/03/2023. Publicado em 13/04/2023. DOI: https://doi.org/10.22409/tn.v21i44.57305.
2 Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAN). Profesor-
investigador del Departamento de Política y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM- Xochimilco, Ciudad de México - México). E-mail: jaime_ortega83@hotmail.com
Currículum: https://investigación.uam.mx/index.php/listado-catalogo/63925. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8582-1216.
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A partir de 2008 la crisis económica que sacudió a buena parte de las economías centrales provocó que el proceso de descomposición del formato neoliberal de gestionar la vida social se acelerara de manera drástica. Señas de este momento de transformación se dejaron sentir con la elección de Donald Trump en los Estados Unidos, el continuo ascenso de gobiernos no neoliberales (por izquierda y quizá también por derecha) y el cuestionamiento generalizado del orden absoluto del mercado. Se ha hablado ya del fin de la globalización tal como lo conocimos durante cuatro décadas (GARCÍA LINERA, 2016), es decir, en su formato neoliberal.
La emergencia de la pandemia en 2020 con el consiguiente cierre de las actividades de las economías, la parálisis generalizada del comercio y la dificultad de la reproducción del orden de la (re)producción y circulación de mercancías terminó de sellar la idea de que estamos frente a los inicios de otro modelo político y social, que aun no ha se ha definido en sus contornos: nos encontramos en un momento de transición. La guerra en Ucrania desestabiliza la idea de que esta transición será pacífica en su totalidad y nos recuerda el peso de la geopolítica global (LOPEZ VILLAFAÑE, 2022), lo que ha llevado a ser interpretada como una guerra que en realidad es cinco guerras según el argumento de Susan Watkins “conflicto civil ucraniano, conflicto defensivo-revanchista ruso, conflicto de resistencia nacional ucraniana, conflicto por la primacía imperial estadounidense, conflicto hegemónico chino-estadounidense” (WATKINS, 2022: 23)
Sin embargo, América Latina ha trazado desde hace 20 años un curso en el que la pretensión de salir del neoliberalismo ha sido la seña de identidad de múltiples fuerzas políticas, adelantándose a cualquier reacción puramente económica; es decir, que no ha tenido que ver esperar la bancarrota económica generalizada para plantear una alternativa desde el campo político. Como ningún otro continente en el mundo en la región se ha logrado plantear, una y otra vez, ejercicios prácticos de cuestionamiento del orden del mercado, a partir de procesos de desmercantilización, una vuelta de lo público, y de disputa por el excedente tal como se ha definido a partir de proyectos nacional-populares (ZAVALETA, 2008).
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Aunque sea preciso recordar que las alternativas al orden del mercado y los cuestionamientos al capitalismo se hacen siempre desde la existencia de fuerzas políticas asociadas a las historias locales, atravesadas por sus propias contradicciones, liderazgos, formas de ver el mundo, variaciones ideológicas, aprendizajes de derrotas y victorias, presencia de conservadurismos más o menos asentados en la sociedad civil, así como de tradiciones radicales o revolucionarias entre los sectores populares, los cuales pueden estar integrados al Estado o excluidos sistemáticamente de la ciudadanía. Sin ese elemento, no podemos entender los pasos adelante y los pasos atrás que dan quienes buscan reordenar el mundo.
La crisis capitalista, que es la de un modelo muy específico de gestionar la producción y la reproducción de la vida, que colocó al mercado en el corazón de la vida de la sociedad ha enfrentado el desafío de estos sujetos sociales, encarados en proyectos nacional-populares que pueden cuestionar el capitalismo en el largo plazo o bien solo pretender reformarlo –a veces radicalmente– en el corto plazo. Sin embargo, es importante recalcar que la crisis económica ha sido posterior a la crisis política. Han sido los sujetos subalternos, portadores del elemento popular en alianza con otras clases y grupos, los que han cuestionado aun en momento de triunfalismo el orden neoliberal. Solo hacia la etapa 2020-2023 han coincidido crisis económica y crisis política.
La forma capitalista de reproducir la vida es dominante a lo largo y ancho del globo. Ello no significa que su lógica gobierne todos los aspectos de la vida social. Desde su implantación, desarrollo y consolidación, ha tenido que negociar con otros modelos societales que perviven pese a su supuesta universalidad. Esto ha sido destacado por los marxistas latinoamericanos que han buscado desentrañar las contradicciones y límites de esta forma económica-política en la región latinoamericana. De hecho, la historia del marxismo latinoamericano no es otra que la del desarrollo de estas formas de comprensión entre la generalización de la forma valor y los múltiples obstáculos que ha encontrado para imponerse a plenitud. Ejemplo de ello son las intervenciones teóricas de personajes como José Carlos Mariátegui, René Zavaleta, José Aricó, Bolívar Echeverría,
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Enrique Dussel, Álvaro García Linera, Aníbal Quijano, entre otros. Todos ellos han buscado referir a la forma específica en la que el orden global del capital negocia con las historias locales. De este entramado se han producido categorías como sociedad abigarrada, ethos barroco, exterioridad, forma comunidad, heterogeneidad histórico- estructural, entre otras.
La actual coyuntura política latinoamericana no es sino una nueva vuelta de tuerca sobre este problema. Se emplaza en dos tendencias contrapuestas y en constante colisión. Por un lado, un conjunto de fuerzas que desean la radicalización de la forma valor como salida a la propia crisis capitalista, por el otro, tendencias que llaman a despojarse de algunos elementos de la forma neoliberal del capitalismo, pero conservando el eje central de la reproducción de la vida, ante la cual no parece existir un horizonte factible alternativo en lo inmediato: es esto lo que Modonesi ha llamado una normalización de la actividad de los “progresismos” (MODONESI, 2022), pues estos se habrían amoldado a las grandes configuraciones del capital. Ambas tendencias han entrado al plano político desde 1999, desarrollando a través de tres lustros (hasta 2015- 2016) un combate político de alta intensidad. Posteriormente, un breve impasse parece haber sido superado y reiniciado la conflictividad entre 2018-2023.
El conjunto de debates que convocan a la situación política y a la coyuntura presente refieren a un reordenamiento de la forma capitalista, su impacto en la vida de las grandes mayorías y, por supuesto, al conjunto de elementos que se juegan en esta. Comenzaremos analizando los vínculos principales que atienden el actual tiempo político que corre y que afecta a la lucha política local. Identificamos cuatro grandes elementos.
En primer lugar, la decadencia de la forma americanizada del capital (MENDEZ, 2022). El mercado mundial se encuentra en proceso de desplazamiento, no teniendo ya su único centro organizador en el conjunto norte atlántico, sino en la disposición geopolítica atraída por China. Este proceso se encuentra en camino y es palpable el cambio de registro en la manera en que la potencia asiática, por ejemplo, brindó una diplomacia de la salud a través de las vacunas contra el COVID-19. La forma americana del capital, por su parte, se encuentra sumida en una crisis de proporciones mayúsculas, incapaz de ordenar su elite política y con múltiples conflictos en todas las escalas de la vida social.
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En segundo lugar, el conjunto del globo se debate entre una vuelta a las formas estatales más plenas, recuperando espacios de soberanía para los grandes temas que impactan a mayorías sociales, sea este la producción alimenticia, la regulación de la vivienda o la necesaria reconstrucción de sistemas de salud que tengan un mayor alcance; el énfasis en algunos elementos sobre otros se encuentra en configuraciones locales, no universalizables. En dado caso lo que existe es la vuelta de lo público entra en contradicción evidente con el formato neoliberal, que destruyó o intentó hacerlo, este tipo de instancias. El regreso del Estado y del carácter público del cuidado del bienestar tiene un efecto político inmediato, que es la búsqueda de conquista de espacios de autonomía relativa, tanto para las élites y burocracias que reinan (OSORIO, 2015) en el Estado como para estos últimos en el conjunto del mercado mundial.
En tercer lugar, prima en la vida social de todos los espacios, una marcada fragmentación de lo social. Esto implica la incapacidad de construir acciones colectivas unificadas, en torno al mundo del trabajo o la situación económica en su generalidad asociada a la situación de clase. Paradójicamente, la quiebra de las identidades arraigadas como la del mundo del trabajo en vínculo con el histórico movimiento obrero, ha permitido el acceso a un conjunto de movilizaciones sociales que han insistido en la necesidad de apuntalar espacios de seguridad y derechos colectivos de gran alcance, con ello, cuestionando en el fondo al propio modelo neoliberal.
Finalmente, el mundo en su conjunto y América Latina en particular se encuentra en un interregno, es decir, en ese momento de transición entre lo que no acaba de morir (el neoliberalismo) y lo que no acaba de nacer (una nueva forma de gestión del capital intervenida por aspectos no mercantilizantes). Veremos en el presente inmediato un conjunto de estrategias e invenciones sociales en donde el pasado sigue presente, como, por ejemplo, en la gestión de las relaciones entre capital y trabajo, marcadas por la desregulación; pero también veremos, como tendencia, la necesidad de que los Estados garanticen derechos mínimos y una cierta protección de la sociedad.
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La vida política latinoamericana se encuentra asociada a la pervivencia de formas oligárquicas de gestión de la riqueza y del Estado, las cuales se vieron fortalecidas por el neoliberalismo. Sin embargo, algunos países han dado pasos adelante en el cuestionamiento de ellas, procediendo a desmontarlas o al menos señalarlas como determinantes de las grandes tragedias sociales, como lo son la violencia extrema, la pobreza y la desigualdad .
En México, Colombia, Honduras y Brasil encontramos los momentos más claros de este proceso. Si bien los programas de gobierno en estos podrían ser cuestionados por su falta de radicalidad frente a la relación social de capital, lo cierto es que la sola modificación de elementos significativos en la relación entre el Estado, la sociedad y el capital deviene una modificación de las relaciones de fuerza y en la repartición del excedente. En este sentido el “tropo” asociado al anti capitalismo debe ser pensando más como un efecto que responde a acciones y prácticas y no tanto como un programa. Los gobiernos de estos países no son anti-capitalistas en un sentido lineal, sino que procuran selectivamente políticas cuyo efecto puede ser de una crítica radical del orden del capital.
Son estas modificaciones en la relación entre el Estado, la sociedad y el capital las que han contribuido, en distintos niveles, a pensar las posibilidades de experimentos pos-neoliberales con fuertes tintes de cuestionamiento de las relaciones estructurantes. En 2018 el ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México abrió un nuevo escenario regional en la medida en que este país no había entrado en la lógica de los primeros gobiernos progresista. Hasta ese momento México era un fiel seguidor de las políticas neoliberales, de ajuste y de privatización, así como un aliado incondicional de Estados Unidos. Su economía –una de las tres más grandes de la región– se encuentra ligada estrechamente con la norteamericana, lo cual deja un margen pequeño de autonomía relativa en el mercado mundial, lo cual hace entendible que, en un momento de reajuste de este, el Estado mexicano gane posibilidad de acción. AMLO ha procedido a una tímida, pero importante reforma del Estado, despejando algunos de los principales componentes que atacaban las estructuras del estado a intereses del capital corporativo.
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La elección de Xiomara Castro en Honduras siguió en este camino, pues planteó el fin temporal del régimen corrupto que se instaló en ese país desde el golpe de estado a Manuel Zelaya en 2009, que, al igual que en México en 2006, habilitó un proceso de violencia desenfrenada a manos de grupos armados al servicio de la economía criminal. Si bien la presencia de izquierda en este país centroamericano es más simbólica que determinante en el escenario regional, es una puerta de entrada para un respiro progresista en esa parte, hasta ahora la región donde más ha costado desmontar segmentos del neoliberalismo. Lo que corrobora la imbricación entre esta forma de regulación del orden social y las herencias oligárquicas como las que prevalecen en las pequeñas economías.
Por su parte el triunfo electoral de Gustavo Petro en Colombia representa un giro radical en la política de la región, un punto de ruptura (PULIDO, 2022). Colombia era el enclave más fuerte de alianza con los Estados Unidos en la región, aún más que México. Si bien económicamente no es un país con un peso tan elevado, su posicionamiento en la arena internacional resulta clave por su historia, ligada especialmente a las agencias de contra-insurgencia regional. Igualmente, su postura interna es bastante limitada en términos de la autonomía relativa, la derecha, derrotada no fue arrinconada ni desorganizada. La reforma fiscal de Petro es similar a la de AMLO, una tibia, pero firme insistencia en que se pague lo que se debe pagar por parte de los capitales. Su reforma agraria es apenas un reordenamiento de la cuestión territorial, aunque importante dado el peso de los poderes de los señores de la tierra. Geopolíticamente Petro tiene un discurso muy sugerente frente al cambio climático, en tanto posición radical y abiertamente contraria a los combustibles fósiles, empujando a imaginar posibilidades que no habían aparecido en los progresismos. Además, la opción de destrabar el conflicto armado y asegurar la vida de los ex combatientes no es un dato menor ni simbólico, sino material y políticamente significativo.
Finalmente, Brasil representa un verdadero giro económico y político con el vuelco en la política. No sólo porque se trata de la economía más importante del continente, sino por el doble movimiento de ascenso de Luiz Inacio Lula y derrota de Jair Bolsonaro. La posición finalmente triunfante de esa candidatura, tras el periodo de presidio, presiona sobre las clases dominantes. Aunque no es segura aún la posición de Lula frente a los
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grandes retos del país tras la medianoche reaccionaria expresada por Bolsonaro, su ascenso representa una posibilidad de cierto posicionamiento crítico frente a las oligarquías y un respiro en un contexto de crisis económica.
Sin embargo, otros llamados de atención alertan sobre contra-tendencias en la arena política latinoamericana. Es decir, de aquellos indicadores que muestran oposición a la transformación pos-neoliberal. Si bien dispersos, heterogéneos y desarticulados regionalmente, sus implantes nacionales son considerables, pues responden a movimientos globales como a particularidades. Responden a tradiciones de conservadurismo local y, por supuesto, también a elementos de agotamiento momentáneo de los discursos populares y persistencia de intereses oligárquicos; pero conviven en horizontes de derechización muy específica, marcada por el odio a lo políticamente correcto y un ansia de rebeldía (STEFANONI, 2021).
En primer lugar, resalta la alta votación de candidatos provenientes de partidos oligárquicos o abiertamente neoliberales. Esto es particularmente dramático en Centroamérica, pero se extiende a Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Colombia. Sólo México desentona en este aspecto, pues el 2018 tundió electoralmente a la oposición neoliberal, que está en busca de reorganizarse, quizá por fuera de sus partidos tradicionales. Esto último puede suceder en otras latitudes y, de alguna manera, la presencia de Bolsonaro es un llamado de atención.
En Argentina y Brasil las fuerzas asociadas al neoliberalismo asumen una condición de masas, ancladas en las clases medias citadinas, sectores medios que se conectan con el mercado mundial y otros tantos cuya alarma se ha prendido frente al impulso de cambios culturales. En este mismo tenor es el caso de Perú, donde Lima se convierte en un contra-espejo de la realidad india del país. Algo similar sucede en ciudades como Buenos Aires y más recientemente en la Ciudad de México. La persistencia de partidos y fuerzas pro-neoliberales con altas votaciones habla del arraigo de estas ideas en sectores que han sido beneficiados o bien aspiran a ser recompensados por su lealtad al libre mercado.
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La persistencia de gobiernos conservadores en Ecuador, toda Centroamérica – con excepción de Honduras– y Paraguay nos remite a la dificultad en algunas sociedades en la conquista de más espacios de libertad y democracia, la crítica del mercado y la persistencia de sectores sociales militantes de la profundización de la forma valor del capitalismo, lo que Bolívar Echeverría definió como el ethos realista (ECHEVERRÍA, 1998). Todos estos países tienen como eje central la persistencia de viejas tradiciones oligárquicas que confluyeron con el aperturismo neoliberal: se trata de una alianza perversa y con un fuerte asiento hegemónico en la medida en que expulsan a los sectores populares de la vida política y social.
Sin embargo, lo más preocupante, como se sabe, es la actitud insurreccional y abiertamente anti democrática que han surgido en Bolivia, Perú y Brasil. Si bien hay un hilo de continuidad con otros casos como el de Venezuela, Paraguay y Honduras, la escalada reaccionaria y abiertamente proto-conservadora es más que alarmante. Pues si algo han demostrado las derechas es que no tienen tacto en utilizar las instituciones de manera arbitraria y en favor de sus intereses.
No existe, en ese sentido, una actitud plenamente hegemónica por parte de las derechas, pues estás tambalean en su dominio cuando los elementos plebeyos entran a la disputa por el Estado, generando un espacio de tensión con los mecanismos mercantiles. El que tengan de su lado a una porción significativa de la sociedad no es inmediatamente equivalente a que tengan aspiraciones de conquista del sentido común. Antes bien, han comenzado un continuum de “golpes civiles”, apoyados por algunas instancias del Estado (jueces, policía, etc.) para echar atrás los mínimos avances democráticos. En términos de la lucha política, en clave gramsciana, resulta altamente preocupante la falta de proclividad hegemónica por parte de estos sectores, pues reaccionan con violencia e instrumentalismo. Todo ello habla del contexto de crisis.
Calibrar a estas nuevas derechas es una tarea que solo el tiempo permitirá a plenitud, que tono “rebelde” frente a la transición global persista, que tanto osifican como fuerzas conservadores del orden ahí donde aún prevalecen y que tanto desechan los ideales democráticos e igualitarios. Pero de entrada, está instalada la noción de que estas no juegan más bajo las normas clásicas de lo democrático-burgués, sino que apuntalan directamente a la conservación del poder por cualquier vía. La mayoría de ellos en
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consonancia con el neoliberalismo, traen como consecuencia una curiosa relación en donde se dan golpes civiles de Estado que apuntalan a desmantelar lo que queda del Estado en favor de los intereses oligárquicos y monopólicos.
El presente, figura temporal por excelencia, ha radicalizado las posibilidades de transición hacia un modelo que puede experimentar proyectos emancipatorios de mayor alcance. Al encontrarse el capital en una crisis de su formato neoliberal, ha desencadenado múltiples y contradictorias posibilidades, todas ellas con un alto grado de indefinición y por tanto de moldeamiento por parte de los grupos populares, pero también de antiguas clases dominantes desplazadas. A pesar del énfasis globalista y universalizante de la forma valor, las fuerzas sociales –populares o reaccionarias– juegan en el ámbito nacional, es decir, pasan necesariamente por esa mediación. Para gran sorpresa de quienes imaginaron un futuro político “pos-nacional”, tan aclamado en el pensamiento político contemporáneo, estas construcciones artificiales modernas siguen operando como el espacio de lucha y conflicto y, por tanto, de decisión.
La capacidad de autodeterminación, es decir, de escapar de la mediación del mercado y los mecanismos de mercantilización, puede desarrollarse de mejor manera. Ejemplos pueden ser observados en todo el continente, en donde se ensayan mecanismos de autonomía, de mercados no capitalistas, de monedas por fuera de la lógica del valor, de bancos de tiempos, de intercambios transparentes. En Brasil, Argentina o México; o en los experimentos sociales heredados por las “revueltas” en Colombia y Chile; existen numerosos ejemplos de emancipación desde la sociedad.
El presente ya es un nuevo tiempo, en el sentido de que se está jugando con viejas reglas un nuevo juego político-económico. De a poco, las propias normas, lenguajes, concepciones, sentidos comunes, horizontes de visibilidad cambiarán; pero lo harán por atrás de los hechos que vemos transcurrir el día de hoy, de manera caótica y fragmentada. Ya es un nuevo tiempo el presente porque la contingencia de la coyuntura se ha impuesto sobre el continuum de la historia del capital.
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